aunque reconozco que tal vez la culpa es mía,
porque ante sus cabellos del color del trigo
juré amor eterno aunque hubiera eterno castigo.
Ya ves, la quise con toda el alma y sin embargo,
el recuerdo de sus besos es triste y amargo,
sobre la rueda del molino el agua ya no corría,
la culpa nadie la quiere, pero esta sí que es mía.
Verla pasear por el parque era como ver centellas,
se iluminaba el cielo con la mejor de las estrellas,
a pesar de todo lo ocurrido me provoca un vacío,
porque el amor desperdiciado tan solo es ya mío.
Le hubiese dado todo, y todo es lo que fuera,
por haber disfrutado con ella una sola primavera,
una tarde de gris de lluvia, una mañana de rocío,
porque desde se ha ido tan solo existe el hastío.
Intento olvidar su olvido, pero es inútilmente,
germinó hace ya tiempo en mi alma su simiente,
aunque vive bajo el techo de quien no la merece,
aguanta carros y carretas, la desesperanza crece.
No será que no salió bien por falta de empeño,
por quitarme, me había quitado hasta el sueño,
yo tan solo le pedía a cambio una única cosa,
que fuera en mi jardín la más aromática rosa.
Me fue dejando en el olvido muy poco a poco,
quizás se alejó sin darse cuenta, yo tampoco,
yo en la distancia la sigo viendo la más bella,
el lucero que más brilla, la mejor estrella.
Me declaro culpable de practicar el verbo amar,
con tanta insistencia como las olas del mar,
la amo de una forma tan meridiana y tan clara,
que solo yo tengo la culpa de que ella no me amara.
Culpable de no estar a la altura de su belleza,
culpable de no poder levantar más la cabeza,
culpable tan solo de tener que olvidar su olvido,
culpable del error garrafal que ha cometido Cupido.
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