un “yo también te quiero, petardo”,
se te clava en el alma como un dardo,
que da de pleno en plena diana.
Ojos preciosos tras gafas de colores,
pantalones ceñidos, oscuros y cortos,
una mirada que te deja absorto,
vuelves a casa con buenas sensaciones.
Hablando de libros y de espacios,
de lamentos del alma, una sonrisa
la más bonita, la que forman sus labios.
Despedirse simplemente porque hay prisa,
con los nervios a flor de piel,
pensando en ello hasta el atardecer.
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