Los surcos de guerra de mi cara labran,
Un corazón demasiado seco, triste y sediento,
Las noches a solas son amargas como la retama,
largas como el silencioso silencio de un convento,
imágenes que pueblan perennes mis sienes nevadas,
dándoles a veces el siniestro toque de un mal cuento.
El alma empieza una despavorida y larga marcha,
Hacia lugares donde poder refugiarse de todo,
Le acompaña un fuerte frío gélido y escarcha,
Para que no pueda tener el más mínimo acomodo,
El único resguardo que puede conseguir es una zanja,
Que la espera, entre nieblas, en medio del cementerio
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