que tras las alegrías vienen las penas,
me duele la rabia que viaja por mis venas,
estoy harto de tanto doloroso desencanto.
Me olvidé que la señora no oye el canto,
que raramente se aviene por las buenas,
que es especialista en atar cadenas,
y que me hace temblar en cuanto me levanto.
Me olvidé de tener que olvidar su olvido,
de tener que tirar siempre hacia adelante,
de sufrir la penitente pena de su ausencia.
Me olvidé de que no hay nada vivido,
de que con mi ausencia tiene bastante,
y de que su mayor virtud es la que silencia.
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