No me acostumbro al amargo sabor del olvido,
Me resisto a pensar que siempre será así,
Y eso que siempre he estado advertido,
Y sabía de sobras lo que tendríamos que sufrir.
Por mi mala buena cabeza me veo
Con mis sentimientos a hombros, a cuestas,
Paralizado por una inverosímil ley del deseo,
Apostando por las esquinas de las casas de apuestas.
Con los pañuelos de cachemir o de seda,
Te enjugas las lágrimas que lloras por mí,
Me muero de las ganas por tocar la tela
Que cubre tu corazón cuando huyes así.
Cuando la puerta de tu corazón la ordenas y cierras,
Empieza la guerra por la que me condenas,
Y empiezo a maldecir mil veces esta vida perra,
Me conformo con observarte desde mi torre a tu almena.
Al final de mi sueño me abrazo al final de tu espalda,
Me intento asir a la cintura de tu falda
Para poder enterrar por siempre nuestros secretos
O utilizarlos con cariño como los mejores amuletos.
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