Los libros ajados de su ciencia peregrina,
En dejar en el suspenso el turbio y agrio ocaso,
Platea su digno aspecto como su luz divina,
No consigue medir el apresurado paso,
Sin llegar a saber lo que el hado determina,
Adquiriendo aquel su espada con un vigor nuevo,
En la templada sangre de un soldado mancebo.
40 Le faltó un tanto de rabia cuando fue forzada,
En las observaciones nocturnas de su estrella,
Y hasta hacía con la roja sangre derramada,
Sus finos hilos hilándole mellada mella,
Tan invencible artificialmente fue vengada,
Fue dejada y apartada la vieja querella.
Fue a darse un baño de gloria en una oculta guerra,
Con la heroica sangre fiel que brotó de la tierra.
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