Cuando nos abrazamos y nos damos un beso,
con el Mediterráneo por testigo a nuestros pies,
abrimos las ventanas de nuestros sentimientos,
y se ventilan juntos, y se sienten bien.
Cuando ese mar es triste testigo mudo,
de tantos suspiros lanzados al viento,
parece que nos arropa con sus olas,
y con su brisa nos hace un juramento.
Así va creciendo día a día nuestro amor,
desesperado por tan larga y tortuosa espera,
sintiendo un punzante y lacerante dolor.
El dolor de no poder verte tan siquiera,
cuando suenan machaconas las horas del reloj,
o cuando llegan y marchan las primaveras.
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