que sólo respira por los poros de su piel,
cuando pretende que el tren pare en su andén,
y la sueña abrazándose a su almohada.
Suspiros que se tornan en llanto amargo,
cuando se suceden los días sin poder verla,
pensando y sopesando la utopía de tenerla,
y el corazón entra en un largo letargo.
Suspiros que suspirando hondamente,
comprometen los sentidos y la mente,
con un amor a priori imposible.
Suspiros convertidos en quejidos del corazón,
implorando eternamente a la Diosa del Amor,
que lo quieran de una forma visible.
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