La soledad sabe a hierba mojada,
suave, sutil y a la vez áspera,
reblandecida como la fruta pasada,
ingrata como el tren que se aleja.
La soledad tiene un tacto sutil,
como el beso de la ligera brisa marina,
como las palabras que paran a un fusil,
como los versos satíricos del mejor Sabina.
La soledad huele a cigarrillos acabados,
a brazos desnudos y en alto
implorando por los desesperados
un amor que ya se ha ido volando.
La soledad tiene un sonido apabullante,
se escucha en los camerinos del cantante,
cuando acaba la función a media noche,
y te ves en el asiento de atrás de un coche.
La soledad viste la vista de las tinieblas,
hace borrosas las sombras de los recuerdos,
se empecina en acompañarte a quererla,
es como un loco en el mundo de los cuerdos.
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