Esta letra empezó siendo una nueva piel para la canción de Sabina “Peces de ciudad”, que ha grabado con bastante buen tino también Ana Belén, pero la propia letra ha acabado a su libre albedrío.
Su mirada era de amor,
La tarde en que enmudeció
al verme bajar de aquel autobús.
Se acabó de sopetón,
El tener que fingir y esconder
El alma dentro de un frío iglú.
Paseamos nuestro amor,
bajo miradas tan inquisitorias
que nos hacían temblar.
Era nuestra decisión,
el volver a conjugar el verbo amar.
Pasaron a mejor vida
Las lenguas afiladas y viperinas
De aquellas vecinas
Tan faltas de amor.
Que tenían que hablar,
Con lenguaje de trileros
Andando por los desfiladeros
De un oscuro y sucio corazón.
La ley de la envidia era su tesoro,
En corrillos hablaban por los codos
Levantando tempestades y oleaje,
Soltaban laudos como un juez,
Sin mirar su propio ropaje,
Olvidaron que nunca fueron quien fue
Aquel personaje
Al que destrozaban sin saber
Nada de su vida, ni de su viaje.
Se lanzaban al abordaje
de una vida que no les pertenecía
confundiendo cicatrices con tatuajes,
porque su propia lengua les confundía.
Lanzaban su odio contra todo amor
Que no les había pedido permiso,
Desquiciadas, les sacaba de quicio
Realizando un gratuito juicio,
Sin presunción de inocencia.
Mordían cualquier anzuelo
Encontrado tirado en el suelo,
Entrando en plena decadencia.
Revoloteaban por la vida privada
De don fulano de tal,
Porque les faltaba la sal
Y su propia alcoba no estaba encalada.
Atrás quedaron los días de cruz,
Un precioso amanecer les esperaba,
Al despertar de cada madrugada.
Sentían la felicidad plena
Amor a manos llenas,
Cada segundo de cada día.
Todos aquellos sueños medio olvidados,
Se hicieron realidad de repente,
Trayendo tras de sí un viejo equipaje,
Definitivamente traído al frente,
Con el pulso firme de un timonel.
Había pasado a mejor vida el oleaje,
Y el barco frágil de papel,
Pequeñito como una cáscara de nuez,
Dimos paso al precioso abordaje,
De la bella sonrisa de aquella mujer,
Franca, diáfana e indeleble tatuaje
Que se quedó adherida a mi piel.
Y convertido en un feliz bucanero,
Arrié por completo las velas,
Dejé atracado en su orilla mi velero,
Para perseguir sus pasos por las aceras.
Y descubrir a su vera nuevos lugares,
Dejando atrás por siempre la morralla,
Para aprender el mapa de sus lunares,
Por fin conseguí reunir las agallas,
de trepar aquella infranqueable muralla,
Transitando por en medio de sus mares.
Hoy con la perspectiva que da el tiempo,
Con los momentos ya sosegados,
Nos miramos de cerca y en silencio,
Con la complicidad de dos enamorados.
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